sábado, 13 de diciembre de 2014

Evolución y crisis de la Elegancia



 
     La irrupción de numerosas marcas de diferente ropa ha provocado que se haya vinculado en numerosas ocasiones la elegancia con la necesidad de vestir con esas marcas.


     La elegancia es un concepto que no ha sido igual en todas las épocas. Hubo una época en la que el dandismo fue un paradigma de elegancia, saber estar, clase, porte, estilo y buenas maneras. 

     A mediados del siglo XVIII, por ejemplo, era elegante vestir de forma extravagante, cargándose de encajes, puntillas y bordados con hilos de oro, además de llevar pelucas y tacones.

     Con el tiempo surge una reacción frente a esa tendencia, introducida en Inglaterra por los miembros del Club Macaroni y surge así el dandismo. Un dandi era un hombre que se consideraba elegante y refinado, que prestaba mucha atención a su atuendo y a la moda y era una persona educada y cultivada. El movimiento dandi fue una doctrina de la elegancia, la finura y la originalidad. Su estilo afectaba principalmente al lenguaje y la vestimenta.




El Frock coat
     Posteriormente, a principios del siglo XIX, y por influencia del dandismo,  los trajes de los caballeros se hicieron mucho más sencillos, sustituyendo el atractivo decorativo por sutilezas en el corte y la confección. Los cambios de la moda masculina fueron también menos llamativos y frecuentes que los de la femenina, En esta época los trajes masculinos copiaban en muchos casos elementos decorativos que provenían de la indumentaria militar, particularmente durante el periodo de las guerras napoleónicas. Surgen así prendas como frock coats o levitas, Ulter, Chesterfield, Newmarket’ y chaquetas Eton.

     Posteriormente la influencia de la indumentaria marinera en la moda, fue muy popular entre la gente elegante, por ejemplo el príncipe de Gales (Eduardo VII, 1841-1910). En los años 70 la chaqueta masculina tenía solapas anchas y delanteros sesgados.

     Las levitas evolucionan con cuellos y esclavinas, de cintura entallada y grandes faldones, eran un reflejo de aspectos de la indumentaria femenina. Hacia finales de siglo la tendencia era presentar un aspecto delicado. También son evidentes, aunque menos llamativas, las innovaciones en el traje masculino, como la invención de nuevos elementos de sujeción para cerrar los chalecos por detrás y la mejora en el diseño de los broches.

     Es a principios del siglo XX, concretamente en los años 20, cuando se diseñan los trajes que los hombres usan hoy en día, ya que el traje actual todavía se basa, en su mayor parte, en los que los hombres llevaban a finales de 1920. 

     Como podemos comprobar, la elegancia evoluciona, pero no estrictamente al dictado de la moda. La moda puede marcar tendencias que eran más influyentes, en el ámbito de lo que debe considerarse la elegancia clásica, en tiempos pretéritos que en la actualidad.


     Prueba de la evolución sufrida es que, por ejemplo, en los años 60 del siglo XX no era considerado elegante el vestir con pantalones vaqueros. Hoy día, sin embargo, esa prenda puede vestirse y combinarse de manera informal que permita a su poseedor tener una imagen estilosa y un porte que puede resultar elegante. De hecho, no es infrecuente encontrarnos con caballeros que resultan más elegantes luciendo unos pantalones vaqueros, que muchos otros que, aún vistiendo trajes, tienen estos un corte, tejido y hechuras tan desajustados al portador del mismo, que le hacen poseedor de una imagen grotesca, desaliñada, desastrada y abandonada, en suma, la antítesis de la elegancia. Lo que significa, por un lado, que para vestir de forma elegante no es necesario vestir traje, (en realidad deberíamos decir, un traje cualquiera), y por otro lado, que prendas que hace unos años no eran consideradas elegantes, hoy pueden llegar a serlo.

      Todo este planteamiento no puede entenderse si no partimos de la idea de que la elegancia no es sólo una forma de vestir. Como señalaba el mítico Georges Brummell , "La elegancia no es un atuendo, es una filosofía".

  Esto supone partir de una premisa que compartimos. La elegancia es más una filosofía de vida, de comportamientos, de modos y actitudes, que de puro y simple protocolo social o de forma de vestir. 

Beau Brummell
     En realidad la elegancia constituye un conjunto de atributos de las personas que se sustenta en el modo de ser y de comportarse, que es un modo de estar, y que ha de manifestarse de forma externa e interna en su modo de vivir, vestir, moverse, y relacionarse en la sociedad, con gracia, nobleza y sencillez, respeto a los demás, naturalidad y buen gusto. 

     Podemos señalar que existen varios pilares básicos de la elegancia que constituyen los elementos característicos de lo que debemos entender por tal, siendo el primero de ellos es el valor de lo estético entendido como el buen gusto y el estilo propio.

     Otro de los valores esenciales es la naturalidad. No hay elegancia verdadera si no es con naturalidad, entendida como espontaneidad y autenticidad; es decir, mostrarse uno tal cual es. La moderación y la mesura también forman parte de la naturalidad, como contraposición al dandismo, que siempre procuraba excesos en muchas de sus manifestaciones. La verdadera elegancia es siempre actuar espontáneamente, con gusto y estilo personales.

     La última nota que distingue a la elegancia es el gusto por la belleza. Es esencial recordar que la belleza significa en primer lugar armonía y proporción, que debe predicarse tanto del aspecto como de la compostura. La elegancia es la presencia de lo bello en la figura, en los actos y movimientos, en suma, en la compostura. 

   Una vez identificados los elementos que deben configurar la elegancia, se percibe con facilidad que dichos elementos se manifiestan en dos dimensiones, una interna y otra externa de la persona.

    Hoy día, por el contario, no es importante ser elegante sino tener una buena imagen. Obsérvese que en la actualidad se habla mucho más de la imagen que de la elegancia, hasta el extremo de abandonar incomprensiblemente el término castellano e importar el innecesario, y menos preciso anglicismo, para sustituir a aquél, a través del uso del término “look”.


     Se olvida con ello que no es más importante lo agraciado del físico de una persona, que el ser elegante en los movimientos, actitudes y, sobre todo, en la amabilidad.

     Todo ello siempre bajo la necesaria perspectiva de la discreción, que ha sido y debe ser siempre una constante en la elegancia. Debemos recordar en este sentido las célebres palabras de G. Brummell  "Si alguien se vuelve para mirar tu traje, es que no vas bien vestido", o la igualmente clarificadora de Balzac, “Elegancia es la ciencia de no hacer nada igual que los demás, pareciendo que se hace todo de la misma manera que ellos”.

Lucio Rivas Clemot

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