martes, 13 de enero de 2015

Cenar en el Ritz


Foto: Hotel Ritz
    En las sociedades avanzadas el alimentarse deja de ser una necesidad básica para transformarse en algo más, en un acto social y protocolario. Al igual que la comida es una actividad generalmente vinculada al trabajo, por eso se establecen comidas de empresa o comidas de negocios, en las que en mi opinión ni se trabaja ni se come, porque sí se trabaja no se disfruta de la comida y si de disfruta de la comida no se puede trabajar, la cena es algo bien  distinto donde no tiene objeto el trabajo, y se convierte en un acto con un componente social diferente. La finalidad de la cena es, por lo tanto, un acto que se aleja del mundo de los negocios y se adentra en el terreno del disfrute, el deleite y, sobre todo, de la seducción. Cuando un caballero quiere seducir a una dama quiere invitarla a salir cenar pero raramente la propone ir comer. El encanto de la cena no es otro que el encanto de la noche.



     Partiendo de esta premisa, quedar a cenar es siempre algo más que alimentarse en compañía. Por ello el lugar de la cena debe siempre ser elegido y seleccionado con esmero. El resultado de la elección del sitio siempre será el que nos indique la importancia que otorgamos a la compañía femenina en cuestión. 




     En alguna ocasión que me han preguntado mi sitio favorito para ir a cenar, o cuando me han solicitado consejo sobre un restaurante para invitar a una dama, mi respuesta ha sido siempre la misma: el Hotel Ritz. Pero he apostillado que en el segundo caso, será así siempre que la acompañante resulte ser alguien que realmente importe al caballero que organiza la cena y que además es necesario que sea una sorpresa inesperada para la dama.

     El restaurante Goya del Hotel Ritz de Madrid tiene un encanto tan especial en las cenas, que no lo tiene ninguno de los otros hoteles Ritz del mundo, que recordemos son el de Londres y el de París, a parte del de Madrid. Eso es porque a la exquisita decoración, debemos añadir la más que cuidada iluminación que nos hace sentir en un lugar íntimo y acogedor. La educada atención de Luis Miguel, el maître, es un valor añadido importante y que, pese a su esmerada labor no consigue que olvide la atenta y profesional labor del anterior maître, Luis Méndez, ni al recientemente jubilado primer camarero, Mariano Toledo, cuyo trato esmerado y exquisita discreción ha sido para mí una constante desde hace ya muchísimos años.

     Si a todos estos factores añadimos la mano del magistral chef Jorge González, bajo cuya batuta las ensaladas y los pescados adquieren tintes dignos de ser mitificados, tendremos como resultado una cena sencillamente insuperable.

L.R.

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