Los humanos no nacen sabiendo, así que tienen que aprender todo. Ese aprendizaje empieza en la familia. Los niños lo hacen sobre todo observando y copiando a su padre. Nos imitan más de lo que pensamos: desde los modales en la mesa hasta la forma de hablar y, por supuesto, como vestir.
Un niño necesita siempre un héroe. Los héroes le inspiran, le motivan y le ayudan a creer que cualquier cosa es posible. En la etapa inicial de la vida, que es la más importante porque es donde se forjan los valores eternos, el héroe es el padre. De ahí la tremenda responsabilidad que tenemos los padres hacía nuestros hijos, porque si queremos terminar siendo su referente, empezamos siendo su héroe.
Los padres nos han hecho ver a los varones las formas de enfrentarnos a retos que nos presenta la vida y nos inculcan valores y virtudes importantes. Lo mejor que tenemos los padres es que somos mejores que los héroes de los cuentos o de los mitos, porque los padres son héroes cotidianos, gente real que inspira.
Por todas estas razones, el primer héroe de un niño es su padre. Dependiendo de su edad y madurez emocional, quizás no sepan reconocerlo, pero basta leer cualquier estudio para comprobar que de mayores, el éxito o reconocimiento que reciban, se lo agradecen a aquellos que les inspiraron cuando eran jóvenes y vulnerables.
Los niños necesitan héroes cercanos para sobrevivir y aprender a cultivar una necesaria autoestima. La influencia que puede ejercer un padre sobre un hijo es transcendental para toda su vida. Necesitan un guía, un espejo en quien mirarse y un modelo a quien imitar. El padre encarna el ideal al que aspiran de mayores, y si ese modelo a seguir no lo tienen, los buscarán en otros lugares y quizás en lugares equivocados.
Desde célebres psiquiatras, como mi admirado Carl Gustav Jung, hasta el celebérrimo escritor y mitólogo Joseph Campbell, han hablado del héroe que todos llevamos dentro, héroe que aflora con el papel e imagen del padre.
Esa necesaria referencia e influencia paterna es esencial para el desarrollo anímico y emocional del niño, porque los pequeños detalles son los que les marcan para toda la vida, y sobre todo en los aspectos básicos que aquí tratamos como la elegancia, el protocolo y los modales.
Yo todo lo que soy se lo debo a mi padre, recuerdo perfectamente cuando con 17 años me enseñó a utilizar la espuma y la cuchilla de afeitar, como me enseñó a combinar las corbatas y los cinturones. Recuerdo la primera vez que le acompañé al sastre o cuando me llevó a su camisero.
Los hombres pasan por tres etapas en la vida. La primera es aquella en la que adoran su padre como a un verdadero héroe y piensan “mi padre lo sabe y lo puede todo”. La segunda etapa es la adolescencia y juventud en la que se piensa más de una vez “mi padre no se entera de nada”, “mi padre no sabe de qué va esto”… Y la última etapa es aquella en la que pensamos “qué razón tenía mi padre”.
Los valores quedan para siempre, lo que sembremos hoy dará siempre frutos. Por ello quiero llamar la atención de todos lo que sean padres de varones para que sean conscientes del importante papel que desarrollan.
Los caballeros del mañana son los niños de hoy que tienen en su padre un maestro para la vida y un héroe a quien admirar.
Lucio Rivas
Nada que añadir d. Lucio. Un saludo Luis Váquez.
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